Metelkova -o cómo acabé viendo fotos de un atasco en Barcelona.

Sabes que cuando encuentras una ciudad en la que se puede beber en la calle, el viaje va a ir bien. Sobre todo si tiene un Parque de las Cervezas. Y si al lado de ese parque está la universidad, la cual parece Howarts.

Poco hay que decir sobre la maravillosa impresión que nos llevamos al llegar a Liubliana, su casco antiguo, sus calles, su gente, sus mercados en las plazas, sus puentes, vamos una postal de ensueño. Pero para qué mentirnos, todo se debió al precio de la cerveza, a los noruegos con los que compartíamos habitación, a la recepcionista que se hizo fan del Decathlon y sobre todo, la fiesta. Fiesta en una azotea, en medio de la calle bailando salsa, en el mismo Parque de las Cervezas o en Metelkova con sus distintos ambientes.

Qué decir de Metelkova, una cárcel okupa llena de graffitis y con tantos ambientes musicales solo puede significar una cosa: la cara de gilipollas al volver a casa está asegurada.

Metelkova

Todo nuestro periplo en Metelkova comenzó cuando salíamos del hostal y la recepcionista nos dijo que íbamos demasiado arregladas para ir allí -porque ella había llegado a ir en pijama-, a pesar de ello, decidimos ir a probar suerte con el sitio y ver el panorama. Tras cuarenta y cinco minutos andando llegamos a nuestro destino y nos encontramos rodeadas de punks. Con todo en silencio y a oscuras, cualquier persona normal habría dado la vuelta, pero si habíamos podido aguantar ocho horas de escala en Bruselas, podríamos con ello. Según nos fuimos adentrando en el patio de la cárcel, las plantas salvajes iban siendo más grandes y sonaba a lo lejos un atisbo de música que se confundía con los gritos de los allí presentes. Tras un largo consenso, seguimos la música y nos llevó a un pabellón en el que te cacheaban para entrar. Cogimos aire, nos miramos y dijimos: “adelante Bulls”. metelkova

Un segundo es lo que tardamos en cruzar la puerta, un segundo que marcó la diferencia y que nos hizo comprender todo: esa noche había jam session de grupos locales de punk y ska. Cinco minutos después adivinad quiénes estaban en el centro de la pista participando en los pogos. Luces rojas y verdes, gente saltando, humo, alcohol, crestas, cabezas rapadas, botas y dos madrileñas ahí en medio.

De repente todo se apagó, la gente comenzó a irse por una Metelkovapuerta siguiendo a los cantantes y nosotras no entendíamos nada de lo que estaba pasando. “Que no cunda el pánico” le dije a Almudena, lo que significó ir a pedir unos chupitos de tequila a la barra. Dos minutos después, nos encontramos en una terraza, otra vez en el centro de todo, sin entender esloveno y sin saber muy bien qué pensar, hasta que llegó El Salvador -que lo único que sabía de España era la historia de Gordillo robando en el Mercadona de Marinaleda. #marcaEspaña

El Salvador era un esloveno que quería ligar y estaba con una amiga suya, la cual estaba enamorada de él. Se formó ahí un cuarteto amoroso muy interesante. Una retirada a tiempo vale por dos -o por cuatro en este caso.

De nuevo en el patio grande, nos sentamos en un bordillo para acabar con nuestras últimas cervezas y pasó lo que tenía que pasar. Un grupo de eslovenos gitanos vino hacia nosotras, paradojas de la vida. Uno de ellos se puso a hablar con nosotras porque reconoció nuestro acento, el punto de inflexión de la noche. El momento que todos estábamos esperando llegó cuando nos dijo que era camionero, que visitaba muchas veces Barcelona e insistió en enseñarnos una foto. Nuestra situación no era la mejor para decir que no, ¿quién puede negarse ante esas dos pupilas brillantes y amenazadoras?

Fotos. Fotos de atascos. Fotos de atascos desde su camión. Barcelona, ciudad de vacaciones.

atasco

Cuando la conversación estaba más o menos encauzada y ya tenía El Salvadorcon nosotras una bonita amistad -que quien sabe dónde podía acabar-, nos miró muy fijamente y musitó: “¿Queréis droga?”. Música para nuestros oídos: droga y camiones. Sin pensarlo dos veces, llamamos al Salvador, quien acudió raudo y veloz a rescatar a sus amadas.

Después de eso llegaría el momento más turbio de la noche: discusión de pareja. Nunca llegaremos a entender el concepto de relación que tienen los eslovenos, pero prometemos investigar sobre ello. Como buenas drama-queens que somos, cerveza en mano, les veíamos discutir mientras les subtitulábamos al español.

Dicen que donde fueres haz lo que vieres, así que cuando vimos a la gente abandonar el barco, nos comprometimos con la causa y pusimos rumbo de vuelta al hostal.

Como no nos pareció suficiente, repetimos. Allí habíamos ido a jugar. Con cervezas para tumbar un regimiento, emprendimos nuestro camino a Metelkova. Nunca se sabe lo que te espera en Metelkova y esa noche el panorama era totalmente distinto: una cárcel, guiris, reggae, Europa del Este en todo su esplendor y nosotras ahí en medio. Otra vez.